lunes, 18 de marzo de 2013

CAPÍTULO TERCERO, Los recuerdos de Samuel:


III: un disparo.

         Clase de Francés, ¡se acabó!, no es que no me guste pero no entiendo ni una palabra de lo que dice la profesora, es que, yo no sé Francés, bueno, última clase, TEATRO, y pensaréis: que morro, ¡NO!, estoy haciendo una obra con mi pandilla, bueno, eso era antes, ahora estoy haciendo una obra con los que me odian (mi anterior pandilla).
         Salgo de la clase, los ojos un poco cansados (la noche anterior no dormí NADA, es un decir, algo dormí).
         Me dirijo al aula de teatro cuando veo a Fred, no, no, no, no, no sigo que me aburro… Haber, ¡¿DÓNDE ESTÁ EL BAÑO?!, me voy a esconder, si, como un cagado, si, estoy cagado, ¿otra bronca o escapar? ¡ESCAPAR!
         -¡Samuel! ¡Samuel!
         No, no, no, no, me está siguiendo, ya sé, los cascos. Me pongo los cascos y rápidamente me meto en el servicio, abro uno de los orinales, miro a la puerta y cuando veo que alguien la abre me meto en el baño y cierro.
         -¡Samuel! ¿Puedo hablar contigo?
         Sin saber que decir, pues no me quiero hacer ilusiones, no creo que Fred me pida disculpas, no, IM-PO-SI-BLE, pero bueno, respondo:
         -No es un buen momento.
         ¿SOY GILIPOLLAS? Eh… ¡Sí! Y mucho, ¿Qué hago?, ¡DIOS AYÚDAME!
         -Es que estás con nosotros en la obra… -¡se va a disculpar! –Y queremos que pidas un cambio de obra –vale, me hice demasiadas ilusiones.
         -Mmm… ¿Te vas a disculpar por lo que dijiste de mi padre?
         -No dije nada de tu padre, y… ya sabes que yo no soy de disculpas, lo que le hiciste a Nina fue muy feo.
         -¡¿Nunca te equivocaste?! Bueno mira déjalo, mi padre está muerto, y la próxima vez que…
         Oigo un portazo profundo, mierda… se lo he dicho, Papá, lo siento. Lloro otra vez, y otra ¡las lágrimas se me van a acabar!
         -¿Qué hago aquí si solo me metí para esconderme?  –susurro.
Al darme cuenta de que no tenía ganas ni de hacer pis ni… otras cosas… salí del orinal y fui directo al aula teatral, mi infierno, no pienso pedir el traslado… si, por jod… por fastidiar, así me va, ¡Ay mi karma!
-Samuel –me giro y al ver que es el profesor de teatro le dejo seguir hablando –vete a casa…
-¡¿Por lo de mi padre?! ¡NO! ¡Lo tengo que superar!
¡Pero bueno! ¿Ahora me van a tratar como a un enfermo? Pues no, pues por que me da la gana a mi, hombre, era lo que faltaba.
-¿Qué? ¿Qué ha pasado con tu padre? –mierda… -bueno, da igual, te tienes que ir porque hoy van a ser las actuaciones y tu grupo no ha terminado la obra.
-Si la terminamos…
-Eso no es lo que dice Fred.
-¡AH! Si, si, si, no la terminamos.
Miento peor que mi madre (es un decir, mi madre miente genial, me creí diez años que los reyes magos existían…)
-Pues, a casa, hasta la semana que viene.
Jo… yo quería actuar, pero con mis amigos, no con los que me odian, todo a cambiado tanto… Ups… Mierd… ¡Caracoles! (para mejorar mi karma), como solo nos vamos los de la pandilla, voy a tener que ir con ellos, intentaré ir por otro camino.
Para mi y para los que me odian acabaron las clases… sigo pensando en lo que me dijo el director, por una parte me quiero morir y después, por otra parte, pienso que no me puedo morir porque solo tengo catorce años y me quedan muchas cosas que hacer antes de morir. Tener unos hijos preciosos y una mujer muy guapa (ósea, que esté bien buena), pero es muy difícil llegar a los treinta años sin morirte.
Salgo por la puerta del instituto y me acuerdo que hay otro camino hacia casa por el que no va nadie, pero, voy a tardar un poco más, que mierd… mira, me cansé… ¡QUE MIERDA! ¡UNA GRAN MIERDA!, ala, ya lo he dicho, ya lo puedo decir, a la MIERDA el karma de los COJONES, hombre ya…
Bien me he librado de los tíos estos, si esos, esos, esos tontos, si, si, los que me odian (como no tengo amigos hablo con… con… conmigo, que soy muy majo).        
Voy por el otro camino, aunque con miedo, a cada poco mirando hacia atrás por si me siguen, el miedo termina. Por fin, PER-FEC-TO.
-¡SOCORRO! ¡AYUDA!
El miedo vuelve, ¿no puedo estar ni un segundo tranquilo en esta casa? (es que en esta calle queda mal), dios, que agobio.
Ahí, ahí está. Veréis… hace unos días iba por la calle y un señor me amenazó porque, según él, le había insultado. Con la misma ropa y todo ¡GUARRO!
Pobre mujer, la va a matar.
Me acerco más para oír la conversación y me escondo cerca de ellos.
-Te he dicho que no grites joder… Haber… dame tu cartera.
-¡Le he dicho que no tengo nada! Por favor suélteme –grita la pobre mujer.
Saco el teléfono, mi SUPER móvil, y marco el número de la policía, ¡MIERDA! Se me ha caído el móvil y me ha visto, me va a matar.
Al verme suelta a la mujer y me apunta con la pistola. Yo astutamente corro haciendo eses para tener la suerte de no ser disparado.
La adrenalina me mata. Oigo un disparo. El sudor me ducha asquerosamente, no se diferencian las lágrimas y el sudor. Observo la bala aunque no tengo mucho tiempo, la noto penetrarse en mi piel pero como iba haciendo eses me roza un poco. Lo último que veo es un coche apunto de atropellarme.
         Unos libros aparecen delante de mi mente. Un montón de ceniza se mezcla con sangre roja, fría como la muerte. Me empiezo a encontrar mal. Oigo unas voces susurrando, abro los ojos, me asustó, veo una pared blanca ¿me han secuestrado? Veo borroso. Las voces se vuelven a oír cortadamente porque el oído me falla. Las voces se pueden escuchar, espera, creo que puedo entender lo que dicen:
         -Señora tranquilícese, ha perdido mucha sangre pero se va a despertar, mire, creo que se está despertando, no le hables muy alto.
         La vista se me nubla y cuando, al fin, puedo ver perfectamente veo a mi madre con una sonrisa de oreja a oreja mezclada de unas lágrimas de antes. Un abrazo por mi madre me ayuda a recordar porque estoy ahí y que me ha pasado, no, no me han secuestrado.
         -Hijo, dentro de un rato vendrá un policía a preguntarte cosas, tienes que ser lo más sincero posible.
         -De acuerdo mamá.
         -Mira, ya está aquí.
         Un policía abre la puerta y entra con una carpeta negra. Lleva un traje de policía (lo sé porque en la espalda trae: POLICÍA), mira a mi madre y a los médicos y educadamente pregunta:
         -¿Me pueden dejar a solas con el chaval por favor?
         Todos asienten y salen por la puerta, la última mi madre que antes de salir me lanza un beso llena de alegría.
         El policía se sienta en la silla situada al lado de mi cama, parece que busca algo en su carpeta negra, unas fotos, que raro… dios que miedo… ¿Qué me preguntará?
         -Haber muchacho, no tengo mucho tiempo y no vengo aquí a perderlo así que te pido sinceridad, rapidez y seguridad ¿de acuerdo? –al ver que yo asiento con un gesto de cabeza continúa explicando- Bien, vamos a ver, te explico: te voy a enseñar unas fotos de los posibles asesinos que han intentado matarte –me enseña una foto y prosigue- Darío Montes, dos veces en la cárcel, un asesinato y muchísimos robos ¿te suena?
         Suspiro. ¿No le preocupa mi salud?, en fin serafín, gilipollas, bueno, hay que ser sincero ¿no? Pues lo voy a ser… y rápido:
         -Mire señor policía…
         -Inspector.
         -Eso no es lo que dice su chaqueta.
         -Inspector de policía.
         Suspiro de nuevo… dios que gilipollas… listillo de los cojones… Le miro mal y continúo respondiendo:
         -Bueno eso… me importa tres… bueno eso, que no me importa lo que eres, respondo: cuando me perseguía no me fijaba en su cara haber como era, me fijaba en la bala que igual me mataba, era la segunda vez que me atacaba, y la primera traía un pasamontañas. Sabía que era el por el tatuaje que llevaba tatuado en la espalda.
         El policía saca unos folios con algo escrito y después saca un bolígrafo con el que apunta algo, por cierto, odio a los policías ¿ahora que hace? Que viejo más raro. Me mira con desprecio y sin rendirse me pregunta:
         -¿Se acuerda de cómo era su tatuaje? Es importante, de nuevo le pido sinceridad…
         -Si, si, si, ya sé lo que me pide, si tiene prisa no se enrolle tanto que me duermo…
         -¡Pero bueno! ¿A ti no te han enseñado modales? Responda y cállese, a mi no me falte al respeto, haga lo que le pida, y compórtese.
         ¿De qué va este tío? Borde…
         -Pues ahora no contesto.
         -¿Cómo honras desafiarme de esa manera?... Soy policía.
         -Inspector de policía.
         -Bueno niño… responda.
         ¿Niño? Mira eh… como siga así no voy a contestar… inspector de policía puede ser pero no me conoce como para seguir insistiendo.
         -Tengo nombre… y mira para que te calles si, si me acuerdo de cómo era el tatuaje de este cabrón, y por cierto, mi nombre es Samuel y me lo pusieron para que fuera usado.
         -¿Cómo era el tatuaje?
         -No te respondo si no lo pides con la palabra mágica… me parece que es a ti a quien no le enseñaron modales eh… Señor policía… ejem… ejem… Inspector de policía.
         Una risilla se me escapa mientras el termina por rendirse y educadamente me pregunta:
         -Por favor, ¿me puede decir cómo era el tatuaje?
         Samuel gana la batalla… pues ahora que me lo ha pedido (y que le he ganado), le respondo… para que luego digan que no soy educado.
         -Era como una especia de cruz cristiana y una mujer arriba apunto de destrozarla con su tacón rojo… el tatuaje le llegaba del hombro hasta por donde la muñeca.
         El policía apunta, guarda las fotos y los folios en su carpeta (a la vez que guarda el bolígrafo en su bolsillo) y rápidamente, sin decirme que me recupere ni hostias, se va con la carpeta negra en la mano y sin decirle nada a nadie. Gilipollas. A él solo le importa encontrar al asesino. Imbécil. Como si me muero en sus narices. Idiota. El día que se muera él ya verás… Repito: ODIO A LOS POLICÍAS.
         Al ser disparado me he dado cuenta de una cosa, una cosa muy triste, pero, es verdad: me he dado cuenta de que en cualquier momento me puedo morir. Un día me pueden matar con un disparo (como casi lo hacen hoy), puede caerme un ladrillo en la cabeza, pueden pillarme por la calle y asesinarme con un cuchillo ¡Y hasta puede caerme un rayo! Mil cosas pueden ocurrir para que yo me muera. Me cuesta creerlo pero un día se me puede ir la cabeza, como hace unas semanas, y puedo matarme. Lo peor: no me arrepiento. NO. A pesar de que casi me mato. No me arrepiento. El problema: mi familia, les destrozaría la vida, y además, me da pena acabar ya, ala ya, el fin, con tantas cosas que quiero hacer… con tantos momentos que me quedan por vivir… Quiero tener algún día un amigo y poder compartir estas cosas con ese amigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario