domingo, 24 de marzo de 2013

CAPÍTULO DÉCIMO, Los recuerdos de Samuel:


X: Edgar me lee un cuento J

         -Te leeré cuatro páginas, lo demás quiero que lo leas tú cuando yo no esté delante ¿vale?
         -Como quieras, empieza por favor.
         -Bueno, leo:
Julia, de Edgar González Blasco
A alguna gente, le cuesta respirar, se ponen muy nerviosos, y no hay nada que les pueda hacer calmar, se lo guardan, lo ocultan, solucionan sus problemas solos, aunque necesiten ayuda, se callan. Yo, Samuel, soy uno de esos, siempre me guardo los problemas, no quiero que nadie se preocupe, y creo, que nadie se preocuparía, soy invisible, vivo bajo la sombra de mi temor, hablar, me cuesta comunicarme, no tengo amigos, soy feo, listo, y pocas veces me entero de lo que dice la gente, una combinación perfecta de, como nos llaman, los ‘pardillos’, es muy duro el instituto sin amigos, mi única amiga es Julia.

-Hola Julia, hoy he tenido un día horroroso, tienes que venir un día a la escuela, es muy divertida, pero sin ti, no lo es, la gente no me cree al decir que existes, me piden que te saque una foto, creen que es imposible que existas, pero tranquila, yo ya les he dicho que tu no quieres que te vean, no te entiendo, creo que tu también tienes problemas de comunicación, porqué no hablas, te escondes en tu manta invisible y…
La madre de Samuel entró por la puerta extrañada, Samuel dejó de hablar con su amiga Julia porque su madre, Cintia iba a tender la ropa.
-¿Con quién hablabas?
-¿Yo?, con nadie.
-Te he oído, ¿qué hablabas con tu amiga invisible Julia?
-Es invisible para ti, como yo lo soy para el resto del mundo, pero, mamá, Julia existe, y es muy guapa, más guapa que tu. ¡Julia no es invisible! ¡¿Vale?!
Su madre le miró extrañada, de nuevo, como siempre lo hacía. Cogió la ropa y las pinzas y se fue de su habitación preocupada por su fealdad.
A Cintia, no le gustaba nada como era su hijo, hubo una ocasión en que casi le vende, pero se echó atrás, para ella, su hijo no es ‘perfecto’, pasa de él, como si no existiera, Samuel y Julia no existen para el resto del mundo.
-Julia, ¿te apetece que vallamos al parque?
Samuel se imaginó que alguien le decía que si, hizo como que cogía la mano a alguien, y sin preguntar se fue al parque. A la madre, no le importó, para ella, como si se muere, puede llegar a casa a la hora que quiera, no le importa que le asesinen, pues vive en una ciudad muy grande, según dice, es adoptado.
Cuando Samuel bajó las escaleras de su casa, salió a fuera, pasó unas cuantas calles y llegó al parque. Allí se encontró a los ‘populares’ de su colegio, que, como era de esperar, le dijeron unos cuantos insultos.
-Aquí ha llegado el pardillo, ¿vienes con tu  amiga Julia?
Él, en vez de devolver el insulto, hizo como si no existieran y se fue a la parte de los columpios. En uno se sentó Samuel, y en el otro Julia.
El jefe del grupo, Héctor, fue a fastidiarlo. Cuando llegó a la parte de los columpios, se sentó en el columpio donde, supuestamente, estaba sentada Julia, al sentarse, Samuel pego un grito:
-¡¿Qué has hecho?!-dijo llorando, haciendo como que cogía un cuerpo del suelo-¡LE HAS HECHO DAÑO!
Tras decir estas palabras le empujó y le dio muchos puñetazos hasta que unas madres le separaron diciendo frases como: ‘Que barbaridad’, ‘El niño feo ataca’ y otras muy por el estilo.
Samuel cogió a Julia y la curó con una poción mágica, se fue a casa, sabía que no era bueno andar por ahí, todos le odiaban, era el niño feo.
Cuando llegó a casa fue a la habitación y la cerró con un portazo. Su madre, después de abrirla de nuevo, le dio una torta muy grande y le dijo:
-¡¿Por qué le has tenido que pegar?! Son la familia más rica, ahora nunca nos darán nada.
Después de esas palabras se fue, cerrando con otro portazo.
Samuel se puso a llorar arto de su vida, porque aunque su madre le tratara mal, el la quería, y mucho, era demasiado bueno como para no querer a su madre, él pensaba que ella también le quería porque es su madre, pero no era así, la madre ya no aguantaba más, necesitaba deshacerse de él.
Esa misma noche fue a hablar con su marido:
-Cariño, ¿podemos hablar?

         -Si, claro, dime.
-Ya no quiero que…
-Dime, ¿el que no quieres ya?
-Samuel.
-¡¿Qué?! Anda deja de decir tonterías, vamos a dormir.
-No son tonterías, ya no le quiero, he pensado en dejarle en un orfanato, es muy fácil, solo tenemos que firmar unos papeles y ya no será nuestro hijo, solo son unos papeles.
En ese momento se oyeron llantos, Samuel gritaba, arto de todo, en ese momento, se dio cuenta de que nadie le quería, su madre, su propia madre estaba decidiendo deshacerse de el, y lo que peor le pareció es que lo decía tan tranquila, le daban ganas de morir, se pegaba puñetazos, mirándose al espejo repitiendo: ‘No sirvo para nada, nadie me quiere’. Se dio una torta, y decidió seguir escuchando la conversación.
-¡De ninguna manera! ¡Es nuestro hijo! No le pienso abandonar, mira, que vas a cambiar a tu hijo por cotilleos, es alucinante.
<<Mi padre me quiere-pensó él con una sonrisa gigante>>
-Pues debes elegir, tu hijo, o tu mujer.
Samuel decidió no escuchar más de la conversación, se imaginaba la respuesta, estaba claro, iba a acabar en un orfanato, y con suerte, en una casa, pero es difícil que alguien adopte a un niño feo, ya no le quedaba nada, no sabía que hacer, por unos momentos se le ocurrió la idea de suicidarse con Julia, pero, según afirmaba, Julia no quería suicidarse.

-¡Se acabó el tiempo Samuel, venga que te acompaño a tú habitación! –gritó Eduardo haciéndose el enfadado.
-Ten, léete el final, te lo regalo.
-Gracias, de momento me encanta.
Salgo de la habitación con el corazón en un puño, ay que ver que bien escribe, aunque de un poco de pena, me encanta.
Eduardo me acompaña a mi habitación y me encierro sin ninguna duda de que me gustan las chicas, y Edgar, ningún chico más, pero Edgar si me gusta, y mucho, es fantástico, y no me da ningún miedo decirlo.

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