domingo, 24 de marzo de 2013

CAPÍTULO NOVENO, Los recuerdos de Samuel:


IX: reunidos en su habitación, ¿cómo se lo digo?

Esperando… esperando… esperando… ¡Que ganas de que sea la hora de comer! Para que nos entretuviéramos nos han llevado a un parque de ese centro pero no me sirvió de nada… Edgar no estaba… Luego he visto un poco la televisión y cada dos por tres creía oír la voz de Edgar y por lo tanto… me asomaba al pasillo… Los minutos aquí pasan de despacio como las babosas a las que tanto nombro para no decir palabras mal sonantes (desde que no se quienes me gustan estoy más fino…)
Alguien llama a la puerta y oigo alegremente de una vez por todas:
         -¡A comer!
         -Vale Eduardo.
         Al saber que era Eduardo una sonrisa lucí en mi cara… que feliz estoy porque ya no me valla a tratar como a un trozo de carne.
         Me cambio de ropa, me pongo colonia y todo y salgo de mi habitación o de mi celda, como quiera ser. Voy a averiguar si Edgar me gusta, se lo voy a preguntar, haber que dice.
         Entro por la puerta del comedor y veo a Edgar con una mano encima del sitio de su lado. Al verme me saluda y me dice que venga con unos gestos un tanto raros. Voy. Me siento. No se lo voy a preguntar ahora, después, en ordenadores claro, para preguntas: No, no me da ninguna vergüenza, siempre fui muy liberal para expresar mis sentimientos, pero como es un chico igual me cuesta más, pero, lo haré, como que me llamo Samuel y como que el que creo que me gusta se llama Edgar y como… bueno… voy a hablar con él.
         -Hola guapo.
         ¿Qué digo? Hay madre.
         -¿Qué?
         -Nada, que hola Edgar.
         Me siento con la cara roja a su lado y él empieza una conversación conmigo.
         -¿No has dicho guapo?
         Me río mucho tiempo para pensar alguna excusa y luego le digo humildemente:
         -Ah… si, pero es que entre mis amigos siempre lo decimos de broma, odiamos a los maricones… y por reírnos de ellos… la costumbre… lo siento.
         Se ríe aliviado. Mierda… no es gay, bueno, se lo preguntaré igual, si total, no tengo nada que perder.
         -Oye, para la cena ¿quién guarda sitio?
         -¡Edgar, cállate! –dice… ¿quién iba a ser? ¡GERMÁN! AJ… CUANTO LE ODIO.
         Cuando pasa le digo susurrando y sin mirarle para que no se note que le estoy hablando:
         -Tú, ¿vale? Es que yo no soy muy bueno guardando sitios…  a la primera que me preguntan: ¿me puedo sentar? Les dejo sentarse.
         -¡Samuel, acuérdate de lo que te dije, como te vuelva a ver hablando aplico la normativa! –me advierte Germán descubriendo de que he hablado.
         -Hablamos después en ordenadores –me avisa Edgar para que no me quede sin ver a mis padres el día de mi cumpleaños.
         Le asentí y comí con rapidez para poder hablar con él.
         Cuando nos sirvieron el postre uno de los psicólogos dio unos cuantos golpes al suelo con su pie enorme y gritó a más no poder siguiendo dando golpes:
         -Cuando acabéis el postre tenéis tres opciones: la primera es ir a vuestras habitaciones y dormir o ver la televisión o hacer lo que os plazca, la segunda es ir a la sala de ordenadores, recordar, las redes sociales están prohibidas menos Youtube, y la tercera, y desde ahora la nueva y exclusiva, es reuniros en grupos de dos en vuestras habitaciones y hacer lo que os plazca, pero tendréis que aguantar una hora entera en la habitación, no queremos ver a gente andando por los pasillos, así que ya sabéis, ¡DISCIPLINA! Podéis seguir comiendo.
         Una gran alegría me invade el cuerpo… podremos estar a solas.
         -Iremos a mi habitación, ¿vale?
         Le asiento y acabo el postre rápidamente. Al terminar, salgo del comedor y espero a Edgar en la puerta.
         -Ya estoy –dice Edgar saliendo del comedor, con trozos del postre en la boca.
         -Vale, ¿vamos a tu habitación?
         -Si, si, es por aquí, sígueme.
         Le seguí por los pasillos, pasamos por mi habitación y yo le dije con la esperanza de oír un si.
         -Ésta es mi habitación, ¿mañana en vez de ir a la tuya quieres que vengamos a ésta?
         Que diga que si, por favor, si, di que si, por favor, di que si, que diga que si.
         -Vale, mañana después de comer iremos a la tuya, por mí encantado.
         Le sonrío. No dijo que si, pero dijo que vale, espero que sea lo mismo, vamos, supongo, porque si no es lo mismo soy un analfabeto de babosa, vale, eso no a tenido mucho sentido, hay como me enrollo.
         -Venga, es por aquí –me dice Edgar señalando el pasillo de la derecha.
         Le sigo, no para de caminar, que ansioso estoy de estar con él, a solas, juntos, a solas, que ganas.
         Por fin abre una de las habitaciones. Habitación 203. Con un gesto me da permiso para que entre y con una sonrisa me acoge en su… en su… vale, en su mierda de habitación. Es peor que la mía.
         -Siéntate.
         Le hago caso y me siento en la cama, enfrente de él.
         -Bueno, y ¿qué me tenías que contar sobre tus sentimiento? Es que yo también tengo que contrate algo muy difícil de explicar porque…
         Me interrumpe diciendo:
         -No, no es de mis sentimientos. Te lo habrán dicho mal, te iba a leer el cuento, el que te dije cuando nos conocimos, ¿recuerdas?
         -Si –digo con desilusión.
         -Bueno, pero es largo, así que empieza tú hablando, primero lo más importante.
         -No, gracias, léemelo, estoy ansioso.
         -Vale, pero a mi me da igual.
         -Lee por favor.
         Busca entre su maleta algo que está al final y saca unos cuantos folios y puedo leer en la portada: Julia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario