miércoles, 20 de marzo de 2013

CAPÍTULO QUINTO, Los recuerdos de Samuel:


V: bienvenido.


Abro los ojos, hemos llegado, aquí empieza mi camino hacia Papá. Bien. Que bien.
         -¡Venga! ¡Sal del coche!
         ¿Este de qué va? No tiene nada de tacto… pero, lo admito, me ha hecho salir del coche sin rechistar, vale, listo es, y se nota que ha estudiado un poco.
         Salgo del coche con las esposas y, el que al parecer es mi psicólogo, me coge del brazo y bruscamente me lleva hacia la puerta del PUTO centro psicológico.
         -Bien, ahora te van a llevar con una señora que te va a hacer muchas preguntas.
         Joder… todo el día haciéndome preguntas, ¿qué mundo es este? ¿Qué hago? ¿Qué me está pasando? Quiero la respuesta a muchas de mis preguntas, pero se ve que todos se niegan a dármelas.
         -Pasa, está es la Sra. Arias, y por cierto, me llamo Roberto, Roberto Blasco, tu psicólogo en estos días que vas a estar aquí.
         -Nadie preguntó por tu nombre.
         Se calla. Parece que sé hacer que la gente se calle… me sienta en una silla (no digo ‘me siento’ porque el dirige mis pasos empujándome) y se va de la sala. Ese sitio es tal y como me imaginaba, blanco, aburrido, triste, con gente que pasa por ahí con cara de zombie, odio este centro.
         -Vale, te voy a hacer una especie de interrogatorio, recuerde, sinceridad.
         Aquí todos piden sinceridad, pues ahora voy a decir mentiras a todas las preguntas. Ya está bien de tanta sinceridad, estoy hasta arriba de esta mierda de vida.
         -Empecemos, primera pregunta: ¿nombre?
         -Eduardo.
         -Mentira, se llama Samuel.
         -¿Entonces para qué me lo pregunta?
         Idiota. Sabe cual es mi nombre y me lo pregunta, pero bueno, esta tía que es tonta o se lo hace (espero que se lo haga porque vamos…).
         -Tú responde. Haber, segunda pregunta, ¿por qué crees que estás aquí?
         A mi que me cuentas, supongo que… ¡ay! Yo que sé, dejadme en paz, parezco un delincuente aquí con las esposas, ya sé que responder, pero se va a quedar un poco impactada, porque es una tontería, una auténtica gilipollez, bueno, respondo y haber que le parece, pero bueno, no creo que sirva de mucho, es una tontería, aj… odio esto, quiero volver a mi vida de siempre, estoy harto, harto de que decidan por mí, nadie sabe lo que me pasa, no, no estoy loco, si, me pegué, pero era por una buena razón.
         -Por querer, mi padre se murió y ayer, u hoy, bueno, la verdad no sé cuando fue, me agobio, a lo que iba, ayer o cuando fuera se me fue la cabeza, estaba muy triste, y… me pegué, pero no creo que sea razón suficiente como para encerrarme en este sitio.
         Siguió preguntándome preguntas estúpidas, hasta que, de una vez por todas, harto de escucharme, dijo con tono de no haber echado un polvo (practicar sexo), en toda su amargada mierda de vida:
         -Pues bien, hemos terminado.
         -¿Tienes novia?
         Me miró con superioridad y, supongo que mintiendo, dijo con la exactamente misma cara de antes, aj… amargado:
         -Tengo novio.
         Vale, antes de que respondiera no sabía que iba a decir eso, gay, que asco, ¡me voy!
         Me fui.
         -Vale, ahora me decís mi habitación y eso y me dejáis en paz… necesito pensar, ¿Vale?
         -Vale, ahora mando a alguien que le acompañe a su celda, espere aquí un momento.
         -¿Celda? ¿Cómo que celda? ¿Qué dice? Esta usted loco de remate.
         -Esto es un centro de menores.
         ¡¿Qué?! No puede ser, imposible, no me lo creo, ¿Qué he hecho?
         -Era broma, pero, entre nosotros, es como una cárcel, no te dejan hacer nada, yo estuve aquí, hace tiempo, los peores días de mi vida, bueno, ahora aviso a la persona que te va a acompañar durante tu estancia en este horripilante lugar de mi… de… de… buena gente.
         -¿Desde cuando ‘buena gente’ empieza por ‘mi’? No es por faltarte al respeto, bueno si: es por faltarte al respeto, ibas a decir mierda, anda y que te den.
         Me da una colleja, sale por la puerta y dice casi gritando pero a la vez con demasiada seriedad de la que tendría que poner:
         -Eduardo, venga, tengo a su enfermo aquí, llévale a la 307, rápido.
         ¿Enfermo? Empiezo a dar patadas, pero pienso: si doy patadas mi estancia aquí será más larga, y paro, voy a intentar comportarme, necesito salir de aquí y averiguar todo sobre mi padre.
         Al que le llaman Eduardo entra por la puerta me coge bruscamente y sacándome casi arrastras dice de muy malos modos:
         -Venga, no tengo todo el tiempo, vamos a tu celda, enseguida.
         -Otra vez, no, no, no, no…
         -¡¿Qué coño te pasa?! Sin protestar eh… no te voy a pasar ni una así que compórtate y lucha por salir de este sitio tan asqueroso del que quiero salir de una vez. Si eres bueno, no te pasará nada, si NO eres bueno, en fin, puede que estés aquí media vida, así que ya sabes, intenta no delirar, haz como si no estuvieses loco…
         -¡Yo no estoy loco! ¡¿Vale?!
         Prefería que me dijeran enfermo, loco, loco, loco, tan solo la palabra me destroza.
         -No hables –grita Eduardo.
         Asiento, pero con ganas de gritar y partirle la cara, asqueroso, no puedo seguir así, mi vida se está derrumbando.
         Planto cara a la habitación 307, mi alojamiento a partir de ahora.
         -Pues ya sabes, entra, siéntate, reflexiona y cuando necesites ayuda pulsa el botón rojo.
         -Así será, adiós.

No hay comentarios:

Publicar un comentario