domingo, 17 de marzo de 2013

CAPÍTULO PRIMERO, Los recuerdos de Samuel:

PRIMER INTENTO:
   Apoyé el cuchillo contra mi muñeca, una lágrima acariciaba mi mejilla derecha poco a poco deslizándose bajando y por fin cayendo al suelo. Hundí un milímetro el chuchillo, un grito insonoro me hizo parar. Ni una gota de sangre. Solo una pequeña línea con marcas de las espinas puntiagudas del cuchillo.        
         Volví a meter el ‘arma’ en su sitio correspondiente. Me dirigí a la ventana de la cocina, la cual estaba entrecerrada, vi mi triste reflejo en la ventana, llena de agua, con gotas deslizándose sobre la ventana. La lluvia me destrozaba el alma. Con lágrimas soltándose de una vez cuando ya hacía tiempo que quería soltarlas suavemente cerré la ventana pudiendo ver que mi vecino me había visto llorar. Triste, ya no me queda nada ¿Qué bueno hay en mi vida? Nada, no hay nada, estoy harto, quiero disfrutar. Dios, déjame disfrutar, por favor.
Mi madre asomó por la puerta y preguntó realmente muy preocupada:
         -¿Qué te pasa hijo?
         Intenté no mirarla, intento fallido, al saber que me había visto llorar miré al suelo y caminé rápidamente para que no viese el dolor que transmitía con tristeza. Me siguió por la casa, como si no supiera lo que me pasaba, haciendo muchas veces más la misma pregunta, dios que puñetera pesada. Pasé los pasillos que conducían a mi habitación, agarré la puerta para cerrarla, pero casi sin mirarla, antes de encerrarme en mi habitación, mi mundo, mi habitación, tuve el suficiente tono de voz para que se pudiera oír, casi sin mirarle, muy bajo unas palabras bastantemente, perdón, falsamente falsas:
         -Me ha dejado mi novia.
         ¡Mentira! ¡UNA MENTIRA GIGANTE! Ella y yo estamos mejor que nunca, pero tengo que dejarle. Punto. No quiero dar explicaciones, ni las voy a dar.
         Cogí la lámpara (que llevaba varias horas encendida) y, con miedo, mucho miedo, pero con decisión, coloqué la parte que lucía sobre la herida que me había hecho hacía apenas diez minutos. Un grito salió de mi boca inconscientemente. La herida me resquemaba y se veía una mancha tan grande como la parte de mi flexo que da luz.
         Antes de que viniera mi madre, o alguien, posé la lámpara y agarré con mis manos la sudadera que llevaba puesta, elevándola hacía arriba lo suficiente como para tapar la quemadura que cubría mi horrorosa anterior herida.
         -Algo te pasa, no soy tonta, a mamá le engañas, a mí no, se lo que te pasa, podemos hablarlo, yo también estoy igual que tu, créeme –dijo mi hermana.
         Era muy pequeña, pero además de eso, también era MUY, muy, muy (puedo seguir así cinco días, pero, no hay ganas) inteligente.
         Sin aceptar lo que me pasaba y que ella me podía ayudar, le empujé para que saliese de mi habitación. Ella, triste por mí, (ella sabía que me pasaba), salió de la habitación con el ceño fruncido y con cara de rabia a la vez que con cara de pena por mí, me he pasado un poco.
         Ahora, ahora es cuando todos se preocupan ¿no? Anda… ¡Que les den! Que hayan aprovechado su oportunidad, pasaban de mí, no se daban cuenta de que estaba mal y ahora, genial, se preocupan, no les pienso dar explicaciones, aunque lo esté deseando.
         Llegó la hora, Nina y yo ya no podemos estar juntos, venga va, lo tengo que hacer, dios que pereza, pero va, con lo bien que estamos, no, no se puede, la tengo que dejar.
         Cogí el teléfono y busqué en mi lista de contactos la palabra: Nina, mi novia. A la que tanto quería y a la que tenía que dejar. Motivos solo y únicamente míos. Tecleé rápido escribiendo en un nuevo mensaje:
‘Nina, lo siento mucho, esto no puede ser…’
Mensaje enviado, a borradores, no se como explicarlo, dios, que cosa tan difícil. Venga va, segundo intento:
‘Nina, lo siento, hay unos motivos por los que debería dejarte, verás es que…’
         No puedo, no sé por que, Samuel, concéntrate, tu puedes, por cierto, me llamo Samuel, lo siento por no nombrarme, vale, no lo siento pero es que son muchas letras para añadirlas a este pedazo de líneas. Venga, una, dos y… tres:
‘Te dejo. Lo siento, no puedo continuar contigo, nuestra relación no tiene sentido. ¡Hasta nunca! No te quiero ver más P.D.: Motivos que algún día descubrirás.’
         Pulsé la tecla de mi precioso móvil pudiendo enviar el mensaje. No, no, no, no. Le doy a la tecla roja pero el mensaje ya está enviado. No, ¿Por qué? No soy consciente de mis hechos. ¡MIERDA! Soy un mierda. La he dejado por un mensaje. Aj… Que asco doy. Volví a llorar. Lo único que al parecer hago bien.
         Quería a Nina. Pero tenía que olvidarse de mí.
         Nina no responde.
         Un sonido me indica que he recibido un mensaje ¿Será Nina? No, es Fred, mi mejor amigo, bien, así podré desahogarme. Leo ilusionado:
‘Te odio. Nina era y es mi mejor amiga, das asco, cuando te la presenté no era para que le hicieras daño ¿Te daba cague dejarla en persona? Todos los de la pandilla, Nina y yo ya no somos tus amigos, somos tus enemigos.’
         Genial. Todos me odian.

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