PRIMER INTENTO:
Apoyé
el cuchillo contra mi muñeca, una lágrima acariciaba mi mejilla derecha poco a
poco deslizándose bajando y por fin cayendo al suelo. Hundí un milímetro el
chuchillo, un grito insonoro me hizo parar. Ni una gota de sangre. Solo una
pequeña línea con marcas de las espinas puntiagudas del cuchillo.
Volví a meter el ‘arma’ en su sitio
correspondiente. Me dirigí a la ventana de la cocina, la cual estaba
entrecerrada, vi mi triste reflejo en la ventana, llena de agua, con gotas
deslizándose sobre la ventana. La lluvia me destrozaba el alma. Con lágrimas
soltándose de una vez cuando ya hacía tiempo que quería soltarlas suavemente
cerré la ventana pudiendo ver que mi vecino me había visto llorar. Triste, ya
no me queda nada ¿Qué bueno hay en mi vida? Nada, no hay nada, estoy harto,
quiero disfrutar. Dios, déjame disfrutar, por favor.
Mi
madre asomó por la puerta y preguntó realmente muy preocupada:
-¿Qué te pasa hijo?
Intenté no mirarla, intento fallido, al
saber que me había visto llorar miré al suelo y caminé rápidamente para que no
viese el dolor que transmitía con tristeza. Me siguió por la casa, como si no
supiera lo que me pasaba, haciendo muchas veces más la misma pregunta, dios que
puñetera pesada. Pasé los pasillos que conducían a mi habitación, agarré la
puerta para cerrarla, pero casi sin mirarla, antes de encerrarme en mi
habitación, mi mundo, mi habitación, tuve el suficiente tono de voz para que se
pudiera oír, casi sin mirarle, muy bajo unas palabras bastantemente, perdón,
falsamente falsas:
-Me ha dejado mi novia.
¡Mentira! ¡UNA MENTIRA GIGANTE! Ella y
yo estamos mejor que nunca, pero tengo que dejarle. Punto. No quiero dar
explicaciones, ni las voy a dar.
Cogí la lámpara (que llevaba varias
horas encendida) y, con miedo, mucho miedo, pero con decisión, coloqué la parte
que lucía sobre la herida que me había hecho hacía apenas diez minutos. Un
grito salió de mi boca inconscientemente. La herida me resquemaba y se veía una
mancha tan grande como la parte de mi flexo que da luz.
Antes de que viniera mi madre, o
alguien, posé la lámpara y agarré con mis manos la sudadera que llevaba puesta,
elevándola hacía arriba lo suficiente como para tapar la quemadura que cubría
mi horrorosa anterior herida.
-Algo te pasa, no soy tonta, a mamá le
engañas, a mí no, se lo que te pasa, podemos hablarlo, yo también estoy igual
que tu, créeme –dijo mi hermana.
Era muy pequeña, pero además de eso,
también era MUY, muy, muy (puedo seguir así cinco días, pero, no hay ganas)
inteligente.
Sin aceptar lo que me pasaba y que ella
me podía ayudar, le empujé para que saliese de mi habitación. Ella, triste por
mí, (ella sabía que me pasaba), salió de la habitación con el ceño fruncido y
con cara de rabia a la vez que con cara de pena por mí, me he pasado un poco.
Ahora, ahora es cuando todos se
preocupan ¿no? Anda… ¡Que les den! Que hayan aprovechado su oportunidad,
pasaban de mí, no se daban cuenta de que estaba mal y ahora, genial, se
preocupan, no les pienso dar explicaciones, aunque lo esté deseando.
Llegó la hora, Nina y yo ya no podemos
estar juntos, venga va, lo tengo que hacer, dios que pereza, pero va, con lo
bien que estamos, no, no se puede, la tengo que dejar.
Cogí el teléfono y busqué en mi lista
de contactos la palabra: Nina, mi novia. A la que tanto quería y a la que tenía
que dejar. Motivos solo y únicamente míos. Tecleé rápido escribiendo en un
nuevo mensaje:
‘Nina,
lo siento mucho, esto no puede ser…’
Mensaje enviado, a borradores, no se
como explicarlo, dios, que cosa tan difícil. Venga va, segundo intento:
‘Nina,
lo siento, hay unos motivos por los que debería dejarte, verás es que…’
No puedo, no sé por que, Samuel,
concéntrate, tu puedes, por cierto, me llamo Samuel, lo siento por no
nombrarme, vale, no lo siento pero es que son muchas letras para añadirlas a
este pedazo de líneas. Venga, una, dos y… tres:
‘Te dejo. Lo siento, no puedo
continuar contigo, nuestra relación no tiene sentido. ¡Hasta nunca! No te
quiero ver más P.D.: Motivos que algún día descubrirás.’
Pulsé la tecla de mi precioso móvil
pudiendo enviar el mensaje. No, no, no, no. Le doy a la tecla roja pero el
mensaje ya está enviado. No, ¿Por qué? No soy consciente de mis hechos.
¡MIERDA! Soy un mierda. La he dejado por un mensaje. Aj… Que asco doy. Volví a
llorar. Lo único que al parecer hago bien.
Quería a Nina. Pero tenía que olvidarse
de mí.
Nina no responde.
Un sonido me indica que he recibido un
mensaje ¿Será Nina? No, es Fred, mi mejor amigo, bien, así podré desahogarme.
Leo ilusionado:
‘Te odio. Nina era y es mi mejor
amiga, das asco, cuando te la presenté no era para que le hicieras daño ¿Te
daba cague dejarla en persona? Todos los de la pandilla, Nina y yo ya no somos
tus amigos, somos tus enemigos.’
Genial. Todos me odian.
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