VII: Edgar.
-¿A
ti que te pasa? –me pregunta uno de los chicos que estaban en esa habitación
tan horrorosa.
-Nada, que tengo la boca más grande…
Se ríe con los ojos como si hubiera
necesitado una risa desde hacía tiempo.
-¿Por qué estás aquí? –me pregunta
con ganas de saber más sobre mí para intentar reírse un rato más, aunque sean
dos segundos.
-Mi padre, se murió, supongo que se
me fue un poco la cabeza por haber sufrido tanto, porque, además, se enfadaron
todos conmigo por una cosa que le hice a mi ex novia. No tengo amigos. Pero
espero ser tú amigo, tranquilo, intentaré controlar mis nervios.
Se ríe de nuevo y vuelve a
preguntar, que majo el chico este, me cae bien:
-¿Cómo te llamas?
-Samuel, ¿y tú?
-Edgar. Tengo un cuento muy bonito
sobre un niño que se llama Samuel y que no tiene amigos, un día te lo enseñaré.
¿Te puedo hacer una de mis miles preguntas? Es que estoy inquietante por
conocer a alguien y poder ser feliz, aunque sea un poco, quiero ser feliz, y
creo que tú me puedes hacer feliz, eres muy gracioso.
Me río, el también es gracioso,
pobre, debe de llevar aquí mucho tiempo.
-Si, si, claro, pregúntame lo que
quieras, me interesan tus preguntas, y a mí me hace feliz que quieras saber
sobre mi vida, no es que muchas personas me quieran hacer preguntas, así que,
pregunta, soy todo oídos, y con mí boca, siempre, siempre, te responderé.
Intento ser amable, necesita
amabilidad, pobrecito, es un gran niño, ósea, digo… es decir: una gran persona,
niño supongo que no es.
-¿No te pica la curiosidad de saber
por que me han encerrado en este ‘magnífico’ sitio? Por cierto, lo de magnífico
es un sarcasmo, odio, rotundamente, esta porquería de lugar, haber si me voy.
-Pues, no quería ser brusco, pero
desde que te he visto no he pensado en otra cosa –me río grandiosamente y
prosigo-: haber, haber, que te pregunto con un poco de amabilidad: ¿Por qué
coño estas aquí? ¡Responde que no tengo todo el rato!, así es como me han
tratado desde que he nacido, que horror. Era broma, te formulo la pregunta de
nuevo: ¿Por qué estás en este sitio?
Se ríe como nunca lo ha hecho, y le
cuesta hablar de las risas que se está echando. Me alegro. Se pone serio y me
dice dolorosamente:
-Pues, llevo dos años un poco, raro,
sin ganas de hacer nada, sin ganas de vivir, aunque no me quiera quitar la
vida, quiero vivir, y todo esto ha sido a raíz de mis problemas de
alimentación. Bulimia creo que se llama. Me han llegado a quitar todos los
espejos de la casa, en cada uno que me miraba empezaba a llorar.
Un escalofrío me hunde en un mar de
petróleo que no me deja respirar. Me pongo rojo, e intento no llorar, y a
continuación le pregunto:
-¿Has mejorado? Tranquilo, no te
obligo a responder, responde si te da la gana, en serio, no tienes porque
contestar si es que al fin y al cabo…
-Respondo, no me importa, tranquilo,
no tienes porque darme tantas explicaciones, me gusta responder, gracias por
preocuparte.
Le sonrío, de nuevo, e intento no
mirarle mucho para que no note la diferencia cuando me conteste y no sentirse
peor de lo que está.
-Pues, no sé si he mejorado, no lo
noto, en el espejo, para mí, sigo reflejándome igual, y tengo una ansiedad
increíble por comer algo. Dejemos de hablar de desgracias, estoy a punto de
caer a un mar de lágrimas producidas por mí mismo. Haber, como te gusta que te
pregunten, te pregunto encantado, no quiero volver a hablar de tristezas.
-Estoy de acuerdo contigo, pregunta
lo que quieras, te responderé.
Mira
al techo haciéndome una seña indicándome que espere y dándose por vencido me
pregunta la primera cosa que se le pasó por la cabeza velozmente, aunque no sea
muy buena pregunta:
-Pues… supongo que: ¿Cuántos años
tienes? No se me ocurre otra cosa, lo siento, no tengo la cabeza muy bien
amueblada.
Suelto una carcajada. El chico es
bastante gracioso, si señor. Otra carcajada, es que, es como yo, gracioso,
bueno, no quiero fradar de mis cualidades, solo las luzco y luego digo que las
he lucido.
-Catorce, bueno, más bien quince, el
dos de marzo cumplo quince, así que supongo que quince, bueno, catorce quince,
elige tu número preferido, es que, quiero tener quince, pero en fin, vale, no,
me cuesta creerlo, pero tengo catorce, si, por desgracia, catorce, es que la
verdad…
-¿Tu hablas mucho, no?
-Eso me dicen.
Nos reímos los dos juntos y el me
dice:
-Yo tengo trece, trece recién
cumplidos, ¡anda! El dos de marzo es dentro de poco, te haré una gran fiesta,
te lo prometo, lo recordaré.
Me giro, no lo había pensado, dos de
marzo y es veintitrés de febrero, no, por favor, no, dios, no me hagas esta
mierda, esta babosada, por favor, sácame de aquí.
-¿Te pasa algo? Tranquilo, quedan
cinco minutos para que nos saquen de aquí, ya es la hora de la comida. ¡Eh!
¡Eh! ¿Qué te pasa?
-No quiero estar aquí el día de mi
cumpleaños, no quiero, no quiero.
Sigo repitiendo ese ‘no quiero’
hasta que por fin paro para llorar, lágrimas me caen. Edgar me abraza mientras
yo intento contener otra lágrima, pero no puedo, las suelto a más no poder, no
me puede estar pasando todo esto a mí, no puede ser, no, mierda.
-Tranquilo, tranquilo. Lo pasarás
conmigo, lo pasaremos bien, en enero fue el mío, y lo celebramos todos, vino mi
familia y todo el mundo, me lo pasé bien, tranquilo, no llores, ya basta, ya.
No llores más.
Me limpia unas cuantas lágrimas, me
levanta la cabeza y me sonríe volviéndome a abrazar, pero no sirve de mucho,
estoy triste, no lo puedo evitar.
Alguien abre la puerta, un señor
calvo, con barriga cervecera y con una seriedad tremenda dice gritando a más no
poder:
-¡A desayunar!
Salimos todos de la habitación
incluidos Edgar y yo que al ver el señor calvo que estábamos abrazados dice:
-Aquí maricones no los queremos
¿Entendido?
-¿Y gordos y calvos si los queréis,
o qué?
Nos echamos unas risas y el hace
como que no lo ha oído, pero si lo ha oído.
No hay comentarios:
Publicar un comentario